CRIMEN: El caso de Danna Muñoz no es un crimen aislado. Es el retrato brutal de un Estado que sigue enterrando a sus mujeres, no con palas, sino con la indiferencia institucional y la complicidad del silencio. Una joven de 21 años, desaparecida, buscada por sus familiares y amigos, termina siendo localizada muerta, enterrada en un patio, como si su vida no valiera nada.
TODOS LO SABEN: cuando una mujer desaparece en Chihuahua, la esperanza se convierte en miedo, y ese miedo casi siempre termina confirmándose en una fosa. No hay sorpresa, y ahí está lo más cabrón: ya normalizamos la barbarie. Nos indignamos un par de días, publicamos hashtags, pero el ciclo vuelve a repetirse porque las autoridades nunca cambian la ecuación: reaccionan, no previenen; buscan cuerpos, no salvan vidas.
FEMINICIDIO El feminicidio de Danna es un grito que debería retumbar en cada oficina de gobierno, en cada despacho de seguridad, en cada curul. Pero en vez de asumirlo como el fracaso colectivo que es, los políticos lo convierten en discurso barato o en estadísticas para su guerra partidista. ¿Dónde estaban cuando se podía evitar? ¿Dónde están las políticas reales para que las mujeres caminen seguras en su colonia, para que los agresores no sigan libres, para que las denuncias no terminen archivadas?
Chihuahua, con todo y sus discursos de “estado fuerte”, carga con un cementerio de mujeres invisibles. Danna no debía terminar bajo la tierra. Su historia no debería ser parte de la lista interminable que crece año con año. Lo que necesitamos no es otra rueda de prensa de la Fiscalía, sino justicia real, memoria viva y una transformación que deje de tratar a las mujeres como desechables.
Porque lo peor que nos podría pasar no es que Danna haya sido asesinada. Lo peor sería que la olvidemos, que la enterremos dos veces: una en ese patio, y otra en la desmemoria colectiva.