El reciente avistamiento de César Duarte en un restaurante de Parral, Chihuahua, celebrando el cumpleaños del conocido empresario local El Pirrín Méndez, ha vuelto a poner sobre la mesa el escandaloso caso del exgobernador chihuahuense. ¿Qué es lo más sorprendente de esta historia? Que Duarte, quien enfrenta múltiples acusaciones por corrupción y desvío de recursos públicos, está supuestamente bajo prisión domiciliaria.
Parece ser que para algunos personajes políticos y sus allegados, la prisión domiciliaria es más bien una sugerencia, no una restricción real. Mientras la justicia intenta seguir el curso de sus investigaciones y los afectados por los supuestos delitos de Duarte claman por justicia, el exmandatario se permite el lujo de disfrutar en un restaurante icónico, rodeado de clientes que lo saludan como si nada hubiera ocurrido.
El cinismo y la impunidad que muestra César Duarte no deberían sorprendernos ya en este país donde los privilegios parecen estar reservados para unos cuantos. Mientras tanto, las víctimas (los ciudadanos) de su presunta corrupción esperan justicia, y la ciudadanía observa con frustración cómo algunos políticos parecen estar exentos de las mismas leyes que deberían aplicarse a todos por igual.
Es indignante ver cómo se burla del sistema judicial, cómo elude las responsabilidades que le competen y cómo, al parecer, sigue disfrutando de una libertad que muchos en su posición no tendrían. Mientras tanto, el mensaje que envía a la sociedad es claro: las élites políticas y económicas pueden operar al margen de la ley con total impunidad.